sábado, 14 de junio de 2014

AL CHE GUEVARA



En el pasadizo oscuro hay un eco,
Ese eco está cantando memorias de otro tiempo.
Está contando el encuentro de dos espejos,
Que se vieron en un baile de fusiles e ideas,
Una noche de abril mientras el reloj anunciaba las 12 campanadas.

También hay sombras en el pasadizo, son a veces trampas,
Porque el pasadizo es un campo minado.
Hay mucha pasión derretida y servida en cocteles,
Entre sus largas paredes de adobe frío que parecen murallas.

Ordenan la alabanza a las armas y a las cadenas,
Incineran los restos de fe que quedaban de las religiones,
Implantan normas absurdas a ritmo de piano,
Prohíben bailar en cualquier lugar, sobre todo en los bailes.

Feroz es el golpe que recibe la música en el cuerpo,
Porque empieza a quemarle el hecho de estar vivo,
La rebeldía le ha costado caro a la pareja que ritmo de jazz,
Se subió a la platea y ensayó un movimiento al compás del saxo.

Y entonces, todos anonadados empezaron a parecer estatuas,
Tan fríos y tan lóbregos que daba pena mirarlos.
Se les hundieron las ganas de moverse, en el ancho mar de sus desgracias,
Haciéndose sordos como mecanismo de defensa, como escudo ante las balas.

Un hombre con barba, boina y pantalones verdes está caminando por el salón
Habla con mucha gente, va de un lado para el otro, armando una especie de complot,
Y en una pequeña esquina del gran salón ha logrado congregar a los más valientes,
A las más desafiantes, a los más decididos a bailar. Empiezan a hacerlo a ritmo de rebelión.
Y es un espectáculo tan hermoso, que la música se vuelve a escuchar en oídos de los sordos.

Inmediatamente la voz desconocida del tirano ha dicho basta, y por la escalera bajan,
Cientos de soldados con audífonos donde escuchan discursos sin ritmo y sin entonación.
Ellos se acercan  a los rebeldes, y ellos volteados frente a frente, alcanzan a rezar una oración.
Las balas, los métodos de tortura, el fuego y los palos han terminado con la última canción.

Sin embargo, de entre la sombra clandestina surge la figura del hombre con barba,
Convertido en fantasma, de esos a los que ya no puedes matar, de esos que nunca desaparecen.
Está mirando fijamente a una pareja vestida de negro, agazapada ante un bar,
Clava sus pupilas eternas en ellos y ellos le devuelven la mirada: Es un juramento.

Esos muchachos, son dos espejos.
Hechos de un solo cristal, forjados por la misma mano, en el mismo fuego.
El fantasma lo sabe y por eso sabe también, que valen lo mismo que un tango,
Y por sus ojos vivaces, sabe que están oyendo las notas que vienen del segundo piso.
Desde donde la música llega fuerte y clara para los que aún no se han vueltos sordos.

Echan a correr rápidamente hacia las escaleras, seguidos del fantasma
Y de un par de rebeldes que llevan al hombro las guitarras y las zampoñas.
Son un grupo pequeño y sin embargo, no les importa: es un ataque kamikaze.
En la única puerta del segundo piso, están los soldaditos y sus grandes audífonos,
Convenciéndose a sí mismos de su poder, de su fuerza y su razón

Ellos lo miran y la batalla decisiva que duró siglos de siglos ha sido iniciada
El duelo de baile vs  la crueldad de los soldados es de nunca acabar,
Pero esta vez, ellos parecen temblar. Temblar de ira y de derrota  cuando los rebeldes
Aunque cansados ya, logran entrar, bailando twist, a las puertas prohibidas que solían cuidar.

Las puertas cerradas caen con estrépito frente a los rebeldes.
Ya no hay murallas, ellos han ganado el duelo y sigue bailando.
Tienen sangre cayendo por sus ropas y sonríen al ritmo de su corazón acelerado.
Han conquistado la música para todos, y todos bailan ahora,
Y bailarán para siempre con las puertas y las almas abiertas.

jueves, 16 de enero de 2014

Entre Madrid y Junio de 1941


El tiempo coquetea a ratos con la ansiedad enjaulada en la habitación cerrada.
Ha llegado temprano, y después de tantos años, aún su ausencia le sigue quemando.
Mira el reloj en su muñeca, y escucha en silencio alerta las voces de la calle.
La suavidad del sofá donde descansa su cuerpo, le está torturando la espalda.
La soledad de la casa vieja, le está trayendo recuerdos dulces, lo está mareando.

El freno de un auto, lo pone en pie de un salto. Se lleva la mano al revolver.
Guarda un último sentimiento en la caja fuerte del corazón, se asegura de seguir respirando.
Oye los pasos que se acercan y ya no corre, esas fueron las órdenes: esperar, no correr.
Porque él no es ningún cobarde, no la ha sido antes, ni lo será ahora y tampoco lo será nunca.

Cuando la puerta de roble se abre despacio,  ve la silueta oscura que le da contra a la luz.
Sigue con el arma empuñada, y la silueta oscura levanta las manos. Él pide una contraseña.
La silueta susurra la clave. Él ordena cerrar la puerta. Cuando ella lo hace, él puede distinguirla.
Y la distingue como la distinguió entre todas, por todos los motivos, en todos los momentos.

Se están apuntando con los ojos en un duelo y ninguno de los dos sabe que decir.
“Compañera” masculla él, con los labios rajados por los golpes, y ella se olvida de respirar.
Avanza unos pasos y lo abraza. Él la aprieta contra su pecho atorado, por las ganas de gritar.
Ella se aferra a él con la violencia de los años que no les dejaron vivir.

El silencio extenuante dura miles de segundos, las fronteras se han quebrado,
Todos los pedazos filudos de su historia han empezado a armarse.
“Estás viva”,  dice él, tan incrédulo y tan ateo como ella lo conoció.
“¿Te molesta?” Dice ella tan desafiante como él la adoctrinó.

Él sonríe, hace años que no sonríe así, hace años que se pasa la vida huyendo.
Ella necesita perderse en la piel del hombre al que abraza, hace años que lo está necesitando.
Ellos se habían frustrado de tanto buscarse, se habían resignado a nunca encontrarse.
Pero esta vez, aún había una oportunidad de escaparse. Aún podían salvarse.

“Tenemos que salir de aquí, Paula. No podemos esperar a nadie más, no tenemos tiempo…”
Dice él, cuando se pone al hombro la mochila negra que lo está acompañando.
Ella asiente en silencio, mientras observa con pena su rostro pálido y sus labios rotos,
Su barba crecida y su piel decorada con moretones de tonos verdes.
Ella se pregunta si no le tocará un poco de paz a ese hombre, algún día.

“Tengo que llevarte a la frontera. Este debe ser tú último viaje, falta poco para la victoria…”
Dice ella como si no hubiese acabado la guerra, y no hubiese una dictadura en el poder
Él pretende creer en su firmeza, mientras contempla fascinado su largo cabello lacio,
Las curvas de su cuerpo, protegidas por el largo abrigo negro y sus viejas botas de campaña.
Él se pregunta si alguna vez le tocará otra noche con esa mujer, algún día.

Se besan casi por instinto, cuando en el frío de la calle, la lluvia los baña de invierno.
Es un beso que acaricia las heridas sangrantes de los labios de él,
Y acuchilla despiadadamente la soledad clavada en los labios de ella.
Se besan casi midiendo el tiempo, porque la muerte los espera.
Porque sus vidas tienen precio, y la subversión es un pecado que se condena.

Porque llevan, como tantos otros, la palabra “Resistencia”, escrita en la cabeza.