En el pasadizo oscuro hay un eco,
Ese eco está cantando memorias de otro tiempo.
Está contando el encuentro de dos espejos,
Que se vieron en un baile de fusiles e ideas,
Una noche de abril mientras el reloj anunciaba las 12
campanadas.
También hay sombras en el pasadizo, son a veces trampas,
Porque el pasadizo es un campo minado.
Hay mucha pasión derretida y servida en cocteles,
Entre sus largas paredes de adobe frío que parecen murallas.
Ordenan la alabanza a las armas y a las cadenas,
Incineran los restos de fe que quedaban de las religiones,
Implantan normas absurdas a ritmo de piano,
Prohíben bailar en cualquier lugar, sobre todo en los
bailes.
Feroz es el golpe que recibe la música en el cuerpo,
Porque empieza a quemarle el hecho de estar vivo,
La rebeldía le ha costado caro a la pareja que ritmo de
jazz,
Se subió a la platea y ensayó un movimiento al compás del saxo.
Y entonces, todos anonadados empezaron a parecer estatuas,
Tan fríos y tan lóbregos que daba pena mirarlos.
Se les hundieron las ganas de moverse, en el ancho mar de
sus desgracias,
Haciéndose sordos como mecanismo de defensa, como escudo
ante las balas.
Un hombre con barba, boina y pantalones verdes está
caminando por el salón
Habla con mucha gente, va de un lado para el otro, armando
una especie de complot,
Y en una pequeña esquina del gran salón ha logrado congregar
a los más valientes,
A las más desafiantes, a los más decididos a bailar.
Empiezan a hacerlo a ritmo de rebelión.
Y es un espectáculo tan hermoso, que la música se vuelve a
escuchar en oídos de los sordos.
Inmediatamente la voz desconocida del tirano ha dicho basta,
y por la escalera bajan,
Cientos de soldados con audífonos donde escuchan discursos
sin ritmo y sin entonación.
Ellos se acercan a
los rebeldes, y ellos volteados frente a frente, alcanzan a rezar una oración.
Las balas, los métodos de tortura, el fuego y los palos han
terminado con la última canción.
Sin embargo, de entre la sombra clandestina surge la figura
del hombre con barba,
Convertido en fantasma, de esos a los que ya no puedes
matar, de esos que nunca desaparecen.
Está mirando fijamente a una pareja vestida de negro,
agazapada ante un bar,
Clava sus pupilas eternas en ellos y ellos le devuelven la
mirada: Es un juramento.
Esos muchachos, son dos espejos.
Hechos de un solo cristal, forjados por la misma mano, en el
mismo fuego.
El fantasma lo sabe y por eso sabe también, que valen lo
mismo que un tango,
Y por sus ojos vivaces, sabe que están oyendo las notas que
vienen del segundo piso.
Desde donde la música llega fuerte y clara para los que aún
no se han vueltos sordos.
Echan a correr rápidamente hacia las escaleras, seguidos del
fantasma
Y de un par de rebeldes que llevan al hombro las guitarras y
las zampoñas.
Son un grupo pequeño y sin embargo, no les importa: es un
ataque kamikaze.
En la única puerta del segundo piso, están los soldaditos y
sus grandes audífonos,
Convenciéndose a sí mismos de su poder, de su fuerza y su
razón
Ellos lo miran y la batalla decisiva que duró siglos de
siglos ha sido iniciada
El duelo de baile vs
la crueldad de los soldados es de nunca acabar,
Pero esta vez, ellos parecen temblar. Temblar de ira y de
derrota cuando los rebeldes
Aunque cansados ya, logran entrar, bailando twist, a las
puertas prohibidas que solían cuidar.
Las puertas cerradas caen con estrépito frente a los
rebeldes.
Ya no hay murallas, ellos han ganado el duelo y sigue
bailando.
Tienen sangre cayendo por sus ropas y sonríen al ritmo de su
corazón acelerado.
Han conquistado la música para todos, y todos bailan ahora,
Y bailarán para siempre con las puertas y las almas
abiertas.