jueves, 16 de enero de 2014

Entre Madrid y Junio de 1941


El tiempo coquetea a ratos con la ansiedad enjaulada en la habitación cerrada.
Ha llegado temprano, y después de tantos años, aún su ausencia le sigue quemando.
Mira el reloj en su muñeca, y escucha en silencio alerta las voces de la calle.
La suavidad del sofá donde descansa su cuerpo, le está torturando la espalda.
La soledad de la casa vieja, le está trayendo recuerdos dulces, lo está mareando.

El freno de un auto, lo pone en pie de un salto. Se lleva la mano al revolver.
Guarda un último sentimiento en la caja fuerte del corazón, se asegura de seguir respirando.
Oye los pasos que se acercan y ya no corre, esas fueron las órdenes: esperar, no correr.
Porque él no es ningún cobarde, no la ha sido antes, ni lo será ahora y tampoco lo será nunca.

Cuando la puerta de roble se abre despacio,  ve la silueta oscura que le da contra a la luz.
Sigue con el arma empuñada, y la silueta oscura levanta las manos. Él pide una contraseña.
La silueta susurra la clave. Él ordena cerrar la puerta. Cuando ella lo hace, él puede distinguirla.
Y la distingue como la distinguió entre todas, por todos los motivos, en todos los momentos.

Se están apuntando con los ojos en un duelo y ninguno de los dos sabe que decir.
“Compañera” masculla él, con los labios rajados por los golpes, y ella se olvida de respirar.
Avanza unos pasos y lo abraza. Él la aprieta contra su pecho atorado, por las ganas de gritar.
Ella se aferra a él con la violencia de los años que no les dejaron vivir.

El silencio extenuante dura miles de segundos, las fronteras se han quebrado,
Todos los pedazos filudos de su historia han empezado a armarse.
“Estás viva”,  dice él, tan incrédulo y tan ateo como ella lo conoció.
“¿Te molesta?” Dice ella tan desafiante como él la adoctrinó.

Él sonríe, hace años que no sonríe así, hace años que se pasa la vida huyendo.
Ella necesita perderse en la piel del hombre al que abraza, hace años que lo está necesitando.
Ellos se habían frustrado de tanto buscarse, se habían resignado a nunca encontrarse.
Pero esta vez, aún había una oportunidad de escaparse. Aún podían salvarse.

“Tenemos que salir de aquí, Paula. No podemos esperar a nadie más, no tenemos tiempo…”
Dice él, cuando se pone al hombro la mochila negra que lo está acompañando.
Ella asiente en silencio, mientras observa con pena su rostro pálido y sus labios rotos,
Su barba crecida y su piel decorada con moretones de tonos verdes.
Ella se pregunta si no le tocará un poco de paz a ese hombre, algún día.

“Tengo que llevarte a la frontera. Este debe ser tú último viaje, falta poco para la victoria…”
Dice ella como si no hubiese acabado la guerra, y no hubiese una dictadura en el poder
Él pretende creer en su firmeza, mientras contempla fascinado su largo cabello lacio,
Las curvas de su cuerpo, protegidas por el largo abrigo negro y sus viejas botas de campaña.
Él se pregunta si alguna vez le tocará otra noche con esa mujer, algún día.

Se besan casi por instinto, cuando en el frío de la calle, la lluvia los baña de invierno.
Es un beso que acaricia las heridas sangrantes de los labios de él,
Y acuchilla despiadadamente la soledad clavada en los labios de ella.
Se besan casi midiendo el tiempo, porque la muerte los espera.
Porque sus vidas tienen precio, y la subversión es un pecado que se condena.

Porque llevan, como tantos otros, la palabra “Resistencia”, escrita en la cabeza.

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